Danger, Kuka. Bienal de Venecia 2019
Ya estaba yo aburrido en la Bienal de Venecia, porque la excitación que exige la participación en este tipo de eventos ha ido desapareciendo, en tanto, hay que ser honestos, se desliza uno hacia abajo en la escalera del mundo del arte.
Estaba aburrido, no por el gran show, ni los buenos trabajos, ni las grandiosas propuestas curatoriales. No estaba aburrido de reencontrar viejas caras, conocer nuevas, y cambiar tarjetas de presentación. Estaba simplemente aburrido porque la excitación falta; tan necesaria y lustrosa para rellenar la plataforma de instagram con imágenes de la bienale en los días siguientes. (reconocí que esa misma excitación existía de preadolescente afanado a conocer los pabellones de los países de Epcot Center.)
No he cambiado, a pesar de ser adulto, el mal habito de correr de un lado al otro persiguiendo los fines y las metas falsas.
Escribía pues, que estaba aburrido hasta que algo me divirtió considerablemente, porque, y he aquí una arrogancia, una observación precisa sobre el mundo aparece gratuitamente en las rendijas:
En Can’t help myself, instalación del duo pekines Sun Yuan y Peng Yu, el brazo de robot se encuentra en una elegante caja de cristal, que iluminada de manera precisa muestra la fortaleza y decisión que una maquina puede ejecutar. En la base del robot se encuentran litros de pintura liquida, la que el robot esparce y retrae en las vidrieras y sobre el piso con majestuosos movimientos: es parte coreografía, parte fascinación.
Al lado de este escenario que llama la atención de todos, se encuentra en una oficina el controlador del robot. La caja de electricidad, así como la consola. Se puede leer que el protagonista de la instalación es un producto de KUKA, la en otrora empresa de robots industriales más importante de Alemania, que desde el 2016 le pertenece a una empresa China, y que ha demostrado como China ha asumido control del famoso “knowhow” alemán.
Las rendijas de la obra dicen más sobre del mundo actual que la obra misma. El mundo que hemos conocido, ha invertido sus ordenes. De manera extrema y rápida. Hay un nuevo orden y con él aparecen una nueva serie de campos de reflexión. (si se leen bien las noticias actuales, la guerra comercial de Trump le otorga más actualidad a la “rendija”, pues los gravámenes de Estados Unidos a China han afectado a la empresa Alemana, que tiene que responder por los trabajadores alemanes.)
Me acordé como hace un año en un vuelo internacional con la empresa hija de Lufthansa, Eurowings, el airbus que cruzaba sobre el Atlántico le había pertenecido a Airchina, y después de 10 años de uso lo había tomado la empresa europea en Lease. Por eso las indicaciones en el mesa eran en chino. Inclusive la silletería era aun la de Airchina.
Los problemas y los discursos sobre la justicia social y política, así como el riesgo cierto, de la catástrofe climática delinean las estrategias artísticas actuales. Son en sí loables, en especial, porque ya no podemos hacer nada frente a la destrucción de la naturaleza, más que observarla. Sin embargo, en la mayoría de los casos, aun existe una voluntad por la representación como medio legitimo para negociar con estos problemas y discursos. El problema “a” es llevado al lienzo, con o menos destreza del artista de igual manera: En el lienzo aparece “a”.
Curiosamente hacía dos días que un coleccionista francés me dijo que su colección era desde hace algunos años solamente sobre artistas chinos. Asia es el futuro, me dijo. Yo estoy de acuerdo con su afirmación. Me pregunté si la razón de su colección era la motivación de tener en algún momento los incunables del arte chino, como si, por ejemplo, en 1470, se hubiese comenzado a coleccionar a los artistas italianos del Renacimiento, cuando Italia era el futuro. Esa tensión entre mecenas e inversionista, entre futurologo y charlatan me divierte. Más, si su intención profunda y real, es la de poseer un patrimonio cultural, comete el gran error, de seguir pensando que el arte es representación. Y he allí una característica común en un número de coleccionistas. Estar absolutamente errados.
La deficiencia de la instalación I can’t help myself es que el brazo del robot aparece y funciona como un brazo de robot, y no como la encrucijada que simboliza, (más no representa), un cambio de ordenes que afecta(rá) a todos los otros discursos que circulan simultaneamente. Al arte le falta desarrollar un olfato más destinado al hedor, y menos al de los perfumes que exhalan los discursos que se ponen a usanza. El robot KUKA no es mujer, no es hombre, no es transgender, no es blanco, no es negro, no es cristiano, ni tampoco islamista. Es made in China.
Jorge Sanguino, 05/12/2019